Comparar un vino natural con un vino industrial (el 99% de los vinos del mercado) es como comparar una tortilla de patata que hace tu madre en el pueblo con una tortilla del super x, precocinada, que tienes que meter en el microondas 5 minutos para que esté comestible.
Mi madre elabora su tortilla con huevos de sus gallinas, patatas y cebollas del huerto y utiliza aceite de oliva virgen extra de la cooperativa de su valle. La pocha lentamente en la sartén, tal y como le enseñó mi abuela (con algún que otro truco que ha ido aprendiendo para que le quede más jugosa), y mucho amor, ya que sabe que es nuestro plato favorito. En cambio, la tortilla del super x se ha producido en una fábrica, con unos poquitos polvos de estos, unos pocos de aquello... para que dure x, tenga el sabor x y quede visualmente x.
Y si nos preguntamos ¿cuál será la mejor tortilla de patatas del mundo? Pues seguramente aquella que tenga las materias primas de la abuela, la sabiduría ancestral de elaboración, el contacto con la naturaleza que le provee de los productos necesarios y las dotes culinarias. Pues esta persona en el mundo del vino es a quien llamamos vitivinicultor.
El vitivinicultor cuida los viñedos durante todo año, vendimia, elabora, embotella, encorcha, empaqueta y distribuye su vino. Por lo que desde la etiqueta hasta la última gota de vino lleva su sello. Él es su auténtico avalista. Sin olvidar, que es una puesta por vivir en el campo, de manera libre, sincera y honesta. Reconciliarse con la naturaleza y enamorarse de ella. La vitivinicultura natural es una apuesta por las labores agrícolas, porque vivir del campo es posible, siempre y cuando le demos el valor y respeto que se merece.
¡Blin Blin!