De Gredos al mundo: la garnacha que está arrasando

De Gredos al mundo: la garnacha que está arrasando

Pocas regiones en España han vivido una transformación tan potente, radical y al mismo tiempo silenciosa como Gredos. En apenas dos décadas ha pasado de ser un paisaje olvidado de viñedos viejos en semiabandono a convertirse en uno de los focos más dinámicos del vino europeo, con una personalidad tan marcada que ha cautivado a críticos, sumilleres y aficionados de medio mundo.

Y todo gira en torno a una uva que —admitámoslo— hace no tanto se despreciaba como “demasiado oxidativa”, “plana” o “sin recorrido”: la garnacha.

La sierra que redefinió una variedad

Lo que está pasando en Gredos es más que una moda o una tendencia. Es un movimiento de fondo, una nueva forma de entender el viñedo y la identidad del vino. La garnacha aquí se comporta de forma radicalmente distinta a como lo hace en Campo de Borja, Calatayud o incluso Priorat. ¿Por qué? Por un cóctel casi irrepetible:

  • Viñedos muy viejos, en vaso, muchos plantados entre los años 20 y 50.
  • Altitudes extremas: de 600 hasta más de 1.200 metros.
  • Suelos de granito descompuesto, muy pobres, que aportan verticalidad y salinidad.
  • Una climatología serrana, con marcadísima oscilación térmica día/noche.
  • Y una nueva generación de productores con mentalidad borgoñona: obsesionados con la parcela, la pureza y la mínima intervención.

El papel clave de Comando G

Es gracias al trabajo de Comando G —y su empeño casi obsesivo en mostrar la pureza de cada paraje— que Gredos ha pasado del anonimato rural al radar de los mejores sumilleres del mundo. Su visión parcelaria, inspirada en la Borgoña pero con alma serrana, ayudó a redefinir lo que puede ser una garnacha: aérea, de tanino finísimo, con una acidez viva que te pellizca el paladar y una expresión cruda, sin maquillaje. Son vinos que no imponen, sino que flotan; que no buscan impacto, sino detalle.

La prensa internacional ha tomado nota. Importadores de referencia en Nueva York, Copenhague o Londres tienen ahora Gredos en sus listas con la misma reverencia con la que antes hablaban del Priorat o la Ribera Sacra. La revolución no se ha hecho a gritos, sino a través del trabajo meticuloso en viña y bodega, botella a botella.

Más que una región emergente

Hoy, hablar de Gredos ya no es hablar de “la nueva promesa del vino español”. Es hablar de una realidad consolidada. Está en cartas de restaurantes estrellados de todo el mundo, en tiendas especializadas de Nueva York o Berlín, y en el radar de cualquier aficionado serio.

Y lo mejor es que, a pesar del ruido, la esencia se mantiene intacta: proyectos pequeños, agricultura respetuosa, foco absoluto en el origen. Lo ves en etiquetas como Las Pedreras, Antípoda, Cható Gañán o Garganta Organista. Cada una dice algo distinto, pero todas hablan con la misma voz: la del suelo.

Si creías que ya conocías lo que podía dar de sí la garnacha, Gredos te obliga a resetear. Porque aquí la variedad no es excusa, sino vehículo. Y lo que importa —de verdad— es la viña, el suelo y la mano que lo interpreta.

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